jueves, 14 de enero de 2010

había una vez un cuento ilustrado

http://www.lacapital.com.ar/ed_senales/2009/11/edicion_58/contenidos/noticia_5081.html

Había una vez un cuento ilustrado

Uno de los recuerdos más felices de la niñez se relaciona con las primeras experiencias que propician los cuentos ilustrados. Este objeto, tan simple en su composición de papel y tintas de colores, sigue siendo un bien preciado por su capacidad de generar sensaciones diversas. Emociones experimentadas una y otra vez hasta el cansancio de los mayores encargados de descifrar el lenguaje escrito que, para beneficio de los más chicos, dialoga con la visualidad de las ilustraciones.
Cada historia abre un mundo y las ilustraciones que integran la exposición Mundos para mirar es una surtida muestra al respecto. La heterogeneidad de estilos, técnicas y materiales demuestran la capacidad de los artistas, en su mayoría argentinos, para desempeñarse en un campo que, por sus conexiones directas con el mercado editorial, debe dar cuenta eficazmente del producto que se vende. Historia e imágenes, diseño y composición deben articularse entre sí para conformar el libro que será elegido tanto por los adultos como por los niños que son sus destinatarios naturales.
En el catálogo de la exposición, Liliana Menéndez, curadora de la muestra, lo explica así: "El libro, como objeto cultural, es un objeto democrático que posibilita llegar a un público amplio por su carácter de reproducible. Las ilustraciones viven en ese marco y hablan de esta inserción. Hacer una ilustración para un libro que será reproducido tiene inevitablemente esta dirección y a la vez, implícito, un público lector".
Diversidad
Resulta interesante constatar la diversidad presente en este campo, un hecho que permite la inserción de muchos artistas en lo que puede considerarse una fisura respecto de la plástica autónoma. Un mundo que suele caracterizarse por la cristalización de determinadas tendencias y que muchas veces termina imposibilitando la convivencia de las singularidades que respiran fuera de ese circuito. Menéndez puntualiza este aspecto en función del enriquecimiento que produce: “La variedad y la diversidad en los trabajos de los ilustradores (...) explicita un criterio de selección para los niños: la necesidad de ampliar el abanico de propuestas estéticas que es ineludible ofrecerles".
Entre otros artistas, hacen visible esta pluralidad los linograbados de Mariana Chiesa, con una imagen que remite a una larga tradición de lo popular en América Latina. Dialogando con la historia del arte, el trabajo de Leticia Gotlibowski recurre al acrílico sobre tela para representar a una Caperucita roja interactuando con la tecnología de auriculares y polaroids y a un Lobo feroz que cita el mundo parisino de fines del siglo XIX con el mítico Moulin Rouge y un personaje de Toulouse-Lautrec sobrevolando la escena. También se pueden mencionar las posibilidades que brindan los nuevos tratamientos en los collages digitales de Pablo Bernasconi y en las ilustraciones de María Delia Lozupone (Delius), que combinan tinta china, birome de gel blanco y color digital.
El éxito de la muestra denota la fascinación que producen las imágenes y el poder que imparten desde la niñez y durante toda la vida. Cabe destacar que el público privilegiado son los niños, por lo que el montaje está pensado en función de ellos.
Resulta imperdible la experiencia de comprobar cómo la escala trastoca esta experiencia. El público infantil recorre los pisos dedicados a la exposición y se para cómodamente ante cada una de las ilustraciones en la medida que están dispuestas a su altura. Los adultos, doblados sobre sus espaldas, evidencian las conexiones que estas imágenes establecen con las propias experiencias de la niñez. No sólo se acota la altura sino la distancia en el tiempo estableciendo un diálogo con el momento en que se disfrutaba de ver una y mil veces este tipo de ilustraciones.
La cartelería provee la información tradicional —autor, técnicas, materiales—, pero es un aporte el agregado de las tapas de los libros que contienen las obras exhibidas. Suma también a la propuesta una selección de personajes recortados de algunos trabajos que, ploteados, parecen haber escapado de los marcos tradicionales para saltar sobre las paredes.
En el último piso, y cerrando la muestra, se emplaza un espacio de lectura con todos los libros citados. Los textos se encuentran sobre una tarima baja que funciona también como mesa para que los pequeños visitantes completen el desplegable destinado a ellos. Inicialmente era de color blanco como las paredes y, con el correr de los días, el éxito de la propuesta afloró en su superficie. Ahora se halla repleta de trazos de colores que se superponen peleando por demostrar la pulsión que despierta el ancestral, simbólico y primario poder de las imágenes.
En el Espacio de Arte de la Fundación Osde, Oroño 973, hasta el 6 de diciembre.

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